Durante más de quince años he vivido en un pequeño pueblo de
la sierra de Madrid en el que el 45% de la población era inmigrante. Casi 30
nacionalidades distintas, africanas, sudamericanas, centroeuropeas y otras,
convivían en un censo de 1.200 habitantes. Puedo asegurar que las relaciones
interpersonales eran aceptables, incluso buenas, sin embargo bajo la superficie latía la desconfianza… el
miedo al otro. Eso me impulsó a escribir “Puertas imposibles”…
PUERTAS IMPOSIBLES
La verdad...- decía Saturnina – la verdad es que no estoy
muy convencida de que puedas hacer el trabajo, además, ¿Cómo se que realmente eres albañil? – Petre
la respondía tranquilizándola – Señora
yo hacía igual trabajo en mi país -
Petre no decía toda
la verdad, pero necesitaba ganar algún dinero con urgencia ya que la empresa de
construcción en la que trabajaba desde unos meses atrás, de forma ilegal pues
no tenía papeles, estaba sin obras por el momento y no le volverían a llamar
hasta… no sabía cuando. Comer no le preocupaba demasiado, ya estaba
acostumbrado a la escasez y a la penuria, pero aun no había pagado el alquiler
de la pequeña casa en la que vivía con su mujer y su hijo y sabía que, como en
el pueblo todo se comentaba y los propietarios de las casas no eran muchos, se
podía encontrar sin la posibilidad de tener un lugar donde vivir y el deseaba
quedarse. Ya había corrido demasiado.
...- No sé, no sé – Insistía Saturnina – espero que no me
hagas una chapuza. Te advierto que no te daré ni un euro a cuenta y si no quedo
contenta no te pago, así que ya sabes... ¿Te interesa?-
Petre se sintió humillado. ¿Cómo decirle a aquella mujer que
aunque comenzó como peón de albañil en la empresa de su padre, trabajando duro
y bien, había llegado a dirigirla y tenía un título universitario? ¿Cómo
explicarla la terrible combinación de circunstancias dramáticas que le
impulsaron a emigrar?... Pero los últimos tiempos le habían enseñado a
controlar su orgullo – De acuerdo señora – aceptó – ya verá como queda contenta
–
Mientras Saturnina le explicaba, con más detalle, el trabajo
que debía hacer, Petre pensaba que iba a necesitar un ayudante, pero con el
poco presupuesto que había convenido, no podría llamar a ninguno de sus
compañeros habituales, algunos compatriotas que, como él, llegaron al pueblo en
busca de trabajo y paz. Por otro lado le asustaba tener que sacrificar sus
últimos euros en la compra de materiales. Sin embargo intuía una solución.
Cuando Petre se marchó, Saturnina tomó el velo y el breviario
y salió hacia la casa de su hermana, como todas las tardes acudirían al rosario
en la parroquia. Mientras caminaba notaba sentimientos encontrados; por una
parte estaba contenta por haberse decidido a realizar la obra planificada años
atrás y también, por dar trabajo a una persona que se notaba necesitada, estaba
convencida que la obligación de un buen cristiano era echar una mano a quien se
encontrara en apuros. Con su hermana y algunas amigas hablaban frecuentemente
de la gran cantidad de emigrantes llegados al pueblo y ella, en contra de la
opinión de casi toda las demás, defendía la evidencia de que si corrían los
riesgos de venir de países tan lejanos no debía de ser por capricho y recordaba
también que, en tiempos no muy lejanos, algunos vecinos del pueblo se habían
visto obligados a marchar a la ciudad o al extranjero para poder sobrevivir,
además, insistía – Al fin y al cabo resuelven muchos trabajos y a muy buen
precio, ¡ni comparación con lo que cobra cualquiera de los de aquí! - De todas formas, sabía que su hermana la iba
a echar una buena filípica, pues ella desconfiaba de toda persona que no fuera
del pueblo y particularmente, de cualquier emigrante.
Apenas hacía un mes que Hakim había llegado al pueblo, aún
tenía frescos los recuerdos del terrible viaje, las dudas y los miedos de su
familia, la decisión, la búsqueda de medios y contactos, los viajes en camión,
la patera, la llegada a tierra, la huida... Gracias a unos compatriotas que le encontraron, casi
exhausto, pudo llegar al pueblo. Estaba contento y agradecido a Alá por haberle
llevado hasta allí; encontró alojamiento con relativa facilidad y hasta había
en el pueblo una pequeña mezquita donde recibir enseñanzas y cumplir con sus
ritos. Su único problema era que el poco
dinero que pudo conseguir para el viaje se estaba terminando y las palabras que
había conseguido aprender para entender y hacerse comprender por la gente del
pueblo aún no eran suficientes.
Pero en aquel instante Hakim (Su nombre significaba sabio)
se sintió asombrado de su suerte;
acababa de recibir una propuesta de trabajo que podría resolver su
problema pero se sentía algo inquieto, pues
la oferta no había llegado de ninguno de sus compatriotas o de gentes
del pueblo sino de otro emigrante del grupo de los que llamaban “eslavos”. El
hombre tenía un aspecto extraño y
además, le había visto varias veces bebiendo en los bares a los que también
entraban sus mujeres, lo que chocaba con sus costumbres. Por otro lado, el
amigo en cuya casa vivía le había advertido – Si trabajas para los del pueblo
te explotarán, ya sabes como son, pero si lo haces para otro emigrante, tanto
de nuestra raza como de cualquier otra, te explotarán mas y puede que ni
siquiera cobres tu salario –
Sin embargo su situación era desesperada, necesitaba algo de
dinero rápidamente y este trabajo le permitiría aguantar algún tiempo hasta
conseguir dominar mejor su nuevo idioma, por ello tomó la decisión de aceptar
la oferta – Yo trabajar contigo – Petre escuchó estas palabras de Hakim con
alegría por haber encontrado un ayudante que aceptaba un salario que al él le
parecía mísero y con la duda de si ese extraño africano, con el que apenas se
entendía en un idioma que ninguno de los dos dominaba, conocería su trabajo –
Mañana a las ocho aquí – La cita quedó
convenida.
Pablo García Fernández - Ilustración infográfica para "Puertas imposibles". |
Saturnina no había podido dormir en toda la noche. Su
hermana y sus amigas la explicaron la tarde anterior, pormenorizadamente, los
riesgos que corría al darle la obra a
“ese-extranjero-desconocido-de-tan-mala-pinta-que-cualquiera-sabe”. Saturnina
seguía pensando que todo el mundo tiene derecho a trabajar y además Petre le
había parecido un hombre educado y amable pero, ante la inclemente presión, se
había comprometido a no dar el trabajo a “semejante individuo”. Al fin y al
cabo su hermana era la mayor y siempre la aconsejaba bien. Su problema ahora
era como explicárselo a Petre cuando llegara, que debía de ser muy pronto, eran
las nueve menos cuarto y habían quedado a las nueve - ¡Toc, toc! – La llamada a
la puerta la sacó de sus pensamientos – Ya están aquí... – musitó mientras se
notaba algo aturdida e insegura.
Durante años, Saturnina había oído decir a su difunto marido
- ¡Antes una vez colorado que cien amarillo! – Así que abrió la puerta de la
calle, se planto delante de Petre y sin observar, en su azoramiento, que este
no llevaba ninguna herramienta le espetó, casi violentamente - ¡Hombre!...
siento que hayas venido, te iba a llamar
para decirte que este año no voy a poder hacer la obra, así que ya lo sabes, el
verano que viene hablaremos – Y poco
menos, le dio con la puerta en las narices.
La rapidez con que cerró no le permitió ver una extraña
expresión en el rostro de Petre, un gesto de decepción y alivio por partes
iguales. Claro que para entender la
mueca Petre debería de haberla explicado que había pasado gran parte de
la noche en vela y que su decisión final fue no hacer el trabajo, ante la
posibilidad de no cobrarlo (Saturnina le había advertido y no seria la primera
persona que escudándose en su ilegalidad le hubiese regateado su dinero) y ante
el riesgo de malgastar sus escasos fondos.
También debería haberla dicho que la noche anterior Hakim le
había buscado para decirle, con sus medias palabras, que no podía ayudarle por
estar ocupado en otros asuntos aunque, fácilmente, se le notaba el esfuerzo de
la educada mentira.
Las Penurias de unos emigrantes y las penurias del Alma de los que son autóctonos. ¿Cuando nos daremos cuenta de que todos formamos un conjunto de sociabilidad irremediable?
ResponderEliminarGran Texto, Pablo.
De lo que tan bien has relatado es de lo que se aprovechan los que manejan el mundo. Y así nos ha ido, nos va y nos irá. Y no encuentro la solución...
ResponderEliminar¡Un abrazo, Pablo!
¿Desconfianza? ¿Insolidaridad? Mentalidad cavernaria, diría yo... ¿Y si volviéramos a utilizar el trueque como moneda de cambio? Difícil, difícil. El Poderoso Caballero no se va a dejar arrinconar así como así. Atravesar las puertas del laberinto se me antoja complicado. Un beso.
ResponderEliminarDifícil es la vida del emigrante. La lucha por adaptarse, por integrarse, por no sentirse extraño... Y si encima esta lucha no tiene resultados... Sobre todo si eres pobre, que si tienes dinero, se te abren todas las puertas. Que como dice Koncha, "Poderoso caballero es don dinero".
ResponderEliminarBesotes!!!
Margari, Komcha, Roman, Pedro, gracias por vuestros comentarios... Creo que el problema es que todavía somos magrebies, eslavos, colombiamos, etc. en vez de ser "solo" personas, necesitamos un nuevo sistema educativo universal que nos una e iguale, pero eso va a ser mas dificil que acabar con el dichoso "caballero"...
ResponderEliminarAbrazos para todos.