sábado, 24 de marzo de 2012

“1950, EL AÑO DEL… ¡QUE NO ME LO CREO!”

EL SEÑOR DOMINGO

Algunos días, quien sabe por que milagros del “estraperlo”, en una u otra casa de la corrala se podía evitar la obligada cena a base de malta y sobrantes de “pan migao” sustituyéndola por algo más atractivo y alimenticio; Cuando esto ocurría, una ley solidaria no escrita pero muy presente entre los vecinos, obligaba a incluir en el acontecimiento a todos los chavales del portal.

- ¡Vecinas… que suban los chicos! –

Mi madre me urgió…

 - ¡Venga. Pablito, súbete al quinto, donde la Victoria! –  

Cuatro boquerones fritos, dos hojas de lechuga (solo con sal) y un trozo de “chusco” del día aliviaron  mi hambre casi endémica. Terminado el “banquete” baje hacia mi casa; En un bulto con forma medio humana que despedía un desagradable olor a alcohol barato, sudor y suciedad reconocí al señor Domingo caído en el suelo del descansillo, tal como lo encontrábamos, casi cada día, en uno u otro piso o en el portal; Mi estómago agradecido me instó a compensar a mi benefactora, subí  a saltos los tres pisos e informé:

- ¡Señá Victoria, su marido está en el descansillo del segundo! –

Luego descendí despacio y satisfecho hasta mí casa.




"El señor Domingo"




Desgraciadamente por aquellos años había demasiados “Domingos” por mi barrio, “Domingos” cuyas mujeres trabajaban y luchaban por sus familias, “Domingos” a los que nada se les podía reprochar pues la guerra y la terrible e inacabable posguerra los había convertido en caricaturas de si mismos…

POESIA: Como aun esta cercano el día de la poesía adjunto dos enlaces que supongo  gustarán uno es imagen y otro sonido


POESIA

lunes, 19 de marzo de 2012

CON MUCHO CUENTO - SEGUNDA ENTREGA

Hoy es el día “del padre”… (A veces marido y a veces butanero… a saber) pero en cualquier caso es fiesta en esta comunidad así que he recordado otra “fiesta” sobre la que escribí hace algunos años pero que está muy al día... Ahí va.

 
Diseño infográfico "FIESTA NACIONAL" - Pablo García.


FIESTA NACIONAL.

- ¡Carlos!... Carlitos… - La voz de mi hermana mayor, Clara, en la que se notaba un deje de impaciencia insistió, - ¡Venga chico, que llegamos tarde…! –

La verdad es que, como casi todos los días de fiesta, se me habían pegado las sábanas así que me metí en la ducha y tras un hidromasaje de alta presión con aromatizadores hidropónicos, elegí un atuendo deportivo de gran elegancia, el día lo merecía y abandone mi habitación, rápidamente, bajando los dos pisos por la amplia escalera que llevaba al vestíbulo de nuestra casa. En el último tramo coincidí con mi madre, que caminaba con cuidado para no pisar las largas trenzas de su pelo y que me observó de arriba a abajo aprobando con su mirada mi aspecto.

Al llegar al hall me sorprendí. Confieso que desde que controlo mi memoria, tampoco hace tanto, no había visto a mis hermanas tan de punta en blanco. ¡Que minifaldas… que camisetas! peligrosamente extremadas pero, sin embargo, con un toque de elegancia en el que aparecía la mano de mi madre, siempre atenta a los detalles que convertían a nuestra familia en un modelo de nuestra clase.

Mi padre estaba ya al volante del más amplio de nuestros vehículos, un monovolumen aéreo  plateado, que prácticamente no usábamos mas que los días que salíamos en familia - muy pocos por suerte – No pude evitar una sonrisa, aun a sabiendas de la reprimenda que podía caerme encima, al ver su vestimenta; Un traje de un tal Armani, de moda en  siglos pasados en alguno de nuestros planetas, con chaleco, corbata y pañuelo a juego.

Patético…

La salida por la avenida principal del barrio de Laborantes, donde vivíamos, no fue nada fácil, nos costó más de cuarenta minutos llegar a la autoruta elevada pues todos nuestros vecinos acudían al mismo evento, ¡como no!, y por lo visto a la misma hora.

Llegados a la tribuna y acomodados en los lugares reservados año tras año a nuestra familia, observé la explanada donde, en breves momentos, se celebraría el desfile del Día Nacional del Servicio. Como siempre me sentí impresionado por la riqueza que se observaba en los estrados y el escueto equipamiento de la zona de la parada.

Pese a mi animadversión por cualquier evento o reunión familiar estaba emocionado. Mi padre y mis profesores insistían, de una forma casi abrumadora, sobre el importante significado de esta Fiesta, en la que todos aquellos que nos servían se exponían a nuestra crítica mirada para que quedara consolidado el poder en nuestro sistema. La verdad es que no me costaba trabajo entenderlo pues, al fin y al cabo, se trataba del testimonio de nuestra forma de vida, de nuestra afirmación como sociedad de ciudadanos Laboratur.

 Por los altavoces se escucharon las primeras  y tristes  notas de un antiguo himno (creo que su título era “Coro de esclavos” o algo así) y a su son, como todos los años, comenzó el desfile

En primer lugar, vestidos con humilde uniformidad, desfilaron los Uncionorum . A algunos de ellos los conocía personalmente, pues venían a nuestro barrio a trabajar para nosotros en labores de poca importancia. Se ocupaban de organizar y realizar las limpiezas, los transportes y en general todas las actividades auxiliares para nuestra estructura cívica. Mi madre comentaba, en cada ocasión en la que se hablaba de ellos, que eran demasiados y que pese a lo escueto de su remuneración, salían muy caros a la comunidad. La verdad es que, pese a ser los servidores más cercanos – o quizás por eso – no eran muy apreciados y solo obtuvieron unos tibios rumores a su paso.

Después, fácilmente reconocibles por sus ajados atuendos, abatidos y como aceptando su innegable culpabilidad, pasaron frente a nosotros los Regídoriae de nuestras ciudades. Nunca llegue a entender como y porque nuestra sociedad aceptaba su existencia, a no ser por la magnanimidad con la que cualquier cultura superior atiende a su lumpen. Puesto que el trabajo directo lo realizaban los Uncionorum, ¿Qué cometido se  podía asignar a esta especie de apéndice improductivo de la sociedad? A uno de mis vecinos, admirado por todos nosotros por ser uno de los mas afamados Laboratur – había alcanzado el rango de “Productoris” -  le escuche, en una de las reuniones que celebraba con mi padre,  que era necesario promulgar una ley para evitar su existencia o bien intentar llenarla de actividades practicas para la comunidad, aunque siempre dudaba de la capacidad de semejantes personajes para hacer algo útil. A su paso se escucharon algunos denuestos de dudoso gusto solo comprensibles teniendo en cuenta la calaña de los personajes.

Pasados unos minutos recorrieron la zona del desfile los Minstroreum. Realmente ellos cargaban con la mayor parte de las decisiones necesarias para que nuestra casta viviera con la opulencia con que siempre había contado, pero como, en un tiempo pasado, habían sido la clase dirigente de casi todos los planetas y también la generadora de la mayor parte de los males, un pacto entre Laboratur de todas las sociedades concluyó en la necesidad de prescindir de sus servicios acordando mantenerlos, tan miserablemente como merecían, haciéndoles desfilar un día al año para su escarnio y ejemplo de egoísmo e insolidaridad. Esto era motivo del clamor, casi amenazante, con el que se los recibía y con el que se les acompañaba a su paso.

Y finalmente, solo en su pobreza y abatimiento, cerró el desfile nuestro Rectorum – En tiempos históricos detentador del máximo poder - A mi era el único que me generaba un sentimiento de condescendencia, pese a saber que su trabajo era el menos necesario. Al menos solo él realizaba su servicio por auténtica vocación y sin más beneficios que una pobre comida y un escueto alojamiento. Por otro lado, entre sus cometido figuraba el de representarnos ante otras comunidades y hay que reconocer que esto lo hacía maravillosamente, pues nunca ninguno de los otros Rectorum que le precedieron dio una imagen tan demacrada y esquelética, acompañada por un aspecto tan deteriorado y miserable. Como casi todos los años, a su paso, fueron más abundantes las expresiones de desprecio que las de hostilidad.

Terminado el desfile volvimos al coche y en el camino de regreso se suscito, también como cada año, la utilidad o inutilidad de  todos esos individuos que vivían a costa de la comunidad sin compensar sus costos en la mayor parte de los casos, por una vez todos estuvimos de acuerdo en que su labor no era demasiado necesaria y por tanto se podría reducir o incluso eliminar su existencia sin grave daño para la ciudadanía.

Una vez en casa, mi padre, al tiempo que preparaba el mono de trabajo con el que a la mañana siguiente se incorporaría a su cargo de Oficium Expertis en la fábrica (Puesto del que se sentía orgulloso), nos hizo un panegírico de las bondades de nuestro sistema. ¡Que coñazo de hombre!...

En cuanto me fue posible subí a mi habitación, encendí la Play Station XXXII Plus +, con un suspiro de satisfacción y me puse a jugar a Bella Mar Corruptors, el juego de moda.
                                                                                                                          
                                                                                                                             Abril 2006


Diseño Infográfico para "FIESTA NACIONAL" - Pablo García.
 
Yo he sido toda mi vida un “laboratur” o sea, proletario, ¡Que le vamos ha hacer!...
 
Me llama la atención que en este momento ni los barrenderos, ni las cajeras de “super”, ni los administrativos, ni los fontaneros, ni ninguno de lo que tienen la opción de trabajar, se consideran “proletarios”… y no se si es bueno que no nos reconozcamos… Aunque también nuestra vida tiene sus satisfacciones, claro que gracias al Rayo, que si no…







jueves, 15 de marzo de 2012

“DIBUJAMADRID” – CUARTO PASEO – TIRSO DE MOLINA A LAVAPIES




Mi mundo, si, volví a mi mundo. Confieso, con cierto orgullo, que he nacido en Lavapiés, concretamente en la calle de Mesón de Paredes y que mi familia ha vivido siempre en Tribulete. La última vez que había paseado por esos barrios – hace como unos cinco años y después de muchos mas sin pisar por allí – me sentí asombrado por el cambio tan profundo que la zona ha sufrido y naturalmente con nostalgia del ambiente de mi infancia, por ello me presenté a la cita con cierta prevención. Sin embargo el domingo de este paseo artístico disfruté con mi cuaderno y con mis recuerdos. La plaza, las calles de Mesón de Paredes, Lavapiés, Amparo, Cabestreros, algún comercio de los antiguos – muy pocos y bastante cambiados – y el ambiente que, aunque no se parecía al recordado, era muy pintoresco y  colorista, todo logró atraerme e intrigarme. Fue una espléndida mañana, con la anécdota incluida de coincidir con una manifestación de los “perroflautas” a la que me sumé a partir de mi encuentro con ellos.



                     







Observareis que Fray Gabriel Téllez, nuestro ilustre dramaturgo recibió la inspiración directamente de “las fuentes” del anarquismo… Bueno, otro día hablaremos del gobierno

miércoles, 7 de marzo de 2012

“DIBUJAMADRID” – TERCER PASEO – LA GRAN VIA.

Un paseo de lo más gratificante. Comenzamos en la Plaza de España y subimos por GranVía (Yo solo llegué hasta la Plaza del Callao) parando a dibujar aquello que nos apetecía. Tengo alguna experiencia en dibujar en público, pero hacerlo con observadores japoneses, italianos, franceses, nigerianos y de algunos países mas fue toda una experiencia.

Durante la mañana, además de usar el “Boli” y las acuarelas me atreví a  recordar los tiempos en que para algunos madrileños la Gran Vía (entonces Avenida de José Antonio) era un lugar lleno de fantásticas posibilidades... a las que no podíamos acceder; los cines “de estreno”, el bar “Chicote”, la joyería “Grassy”… mas tarde creo que alguien descubrió que también los pobres consumíamos – mucho menos, naturalmente – y aparecieron los almacenes “Sepu” y calzados “Segarra”…Aunque los cines siguieron siendo mucho mas caros que los de barrio.



Comenzamos en la Plaza de España...

Pasear la Gran Vía mirando hacia arriba es
muy especial.


Uno de los cines a los que, hoy, si se puede
entrar, aunque, como siempre, tampoco
todo el mundo.


viernes, 2 de marzo de 2012

CON MUCHO CUENTO - PRIMERA ENTREGA

De alguna forma parece que este blog va de remembranzas y como nos acercamos a la Semana Santa y acabo de ver en el periódico una foto de Rouco, he recordado un relato corto que publiqué en una especie de cuaderno literario que se generaba en Fresnedillas de la Oliva (Pueblo de la Comunidad de Madrid en el que viví muchos años) realizado entre algunos vecinos aficionados a la literatura y patrocinado por el Ayuntamiento, la verdad es que entre muchas … no se como definirlas, historias, se publicaban algunos relatos y poemas muy interesantes (Koncha se acordará pues creo que envió algún poema). Confieso que recuerdo con agrado el ambiente, profundamente cultural y casi libertario de los primeros años en los que habité allí. Puede que algún día me de por hacer una selección y publicarla, con permiso de sus autores, naturalmente.



LA PROCESIÓN VA POR DENTRO.

 

Con paso cansado, Saturnino volvía desde la ribera del río a la ciudad; decidió hacerlo andando por que, a diferencia de otros momentos no muy lejanos, no se podía permitir el pago del transporte público que necesitaba usar para su recorrido. El almacén en el que trabajaba había cerrado hacía un par de semanas  y  desde entonces se encontraba en paro

Pese a su situación actual, en los últimos tiempos algo parecía estar cambiando. Un amigo le había hablado, hacía ya algo mas de un par de años, de unos terrenos que alquilaba el ayuntamiento a orilla del río para aquellos que, por ocio o necesidad, desearan convertirlos en huertos. No pocos papeleos junto con algo del dinero que había ahorrado y se encontró arrendatario de una pequeña parcela que entretenía sus domingos, único día libre de que disponía cuando trabajaba y prácticamente todas sus horas en los últimos días.        

Poco había sacado hasta entonces, ya se habían llevado dos siembras unas inoportunas riadas, pero aún así  las tomateras, aunque ralas, perecía que empezaban a dar algo. Hoy llevaba en su bolsillo el primer fruto conseguido que acariciaba suavemente con su mano, un tomate, de no muy gran tamaño, pero rojo y maduro que le llenaba de ilusión y esperanza de una cosecha futura.

Al pasar por el centro de la ciudad observó que una gran cantidad de personas, bien vestidas y arregladas en su mayoría, se agolpaba en las aceras de una de las calles que debía cruzar. Recordó que era Semana Santa y que en aquella zona, según alguien le indicó, se celebraba la procesión de Jesús “del Gran Poder”. Un poco cansado de la caminata se apoyó en un pequeño resalte de una fachada y observó con mirada lejana lo que ocurría a su alrededor. Sin saber porqué, tal vez por la mística de la situación, quedó absorto y en su mente se comenzaron a recrear imágenes lejanas...

Saturnino rememoraba, con la niebla de los años y la imprecisión de su escasa cultura, algunos pasajes de su ya larga existencia: Nacido en el campo, en una familia sin tierras, conocía desde niño la dureza del trabajo, las comidas escuetas, las cenas inexistentes, el frío, la humedad y las enfermedades, causadas por la suma de carencias, que se habían llevado por delante a su madre y a uno de sus hermanos. De su madre apenas recordaba algún detalle; sus manos, el tono de su voz, el sabor de sus comidas y su constante cantinela animando, a veces conminando, a su padre y hermanos mayores para que acudieran a misa... “El señor todo lo puede...” – decía.

Ya mozo y coincidiendo con la construcción de la escuela del pueblo que, según contaba con su particular retranca, se alegró de no llegar a pisar, recordaba la marcha a la ciudad y sus años en un semisótano de apenas treinta metros cuadrados, triste, hosco y oscuro, donde un primo lejano, portero de la finca, le dio amparo robando un sitio vital a sus propios hijos.

Mozo, peón... ayudante, parado, peón, mozo, parado... poco más podía contar de sus innumerables, duros y escasamente retribuidos trabajos en la ciudad que, aún así, gracias a su capacidad, casi animal, de trabajo,  su entrenamiento en el forzado ahorro y  su predisposición para evitar cualquier veleidad reivindicativa, le habían permitido hacerse con un cuchitril en un barrio extremo y marginal. La satisfacción que esta propiedad le producía compensaba, con creces, la escasez - casi penuria - las horas extras y los “pluriempleos” de los últimos veinte años.

No había vuelto al pueblo, salvo para el entierro de su padre. Tampoco tenía contacto con el resto de la familia y la falta de tiempo, dinero y también, ganas no le permitieron demasiado trato con mujeres por lo que permanecía sin pareja, hecho que no le preocupaba demasiado pues, como repetía a quién le sacaba el tema – “El buey solo...”

La charla de algunas mujeres cortó el hilo de sus recuerdos y le hizo fijarse en lo que ocurría a su alrededor... - ¡Ya sale!... ¡Ya sale! – Los comentarios, en tono susurrado, realizados por personas elegantes y enjoyadas, de importancia, como decía su primo el portero,  advertían de que algo importante estaba ocurriendo. Saturnino, que asistía por primera vez a una procesión, no lograba sentir la emoción que notaba a su alrededor pero una extraña agitación parecía indicarle que “algo” se estaba generando en su interior, “algo” muy profundo y desconocido para el, que le hacía pensar... No sabía que...

El paso, cargado por los costaleros, se movía lenta y cadenciosamente a lo largo de la calle, los penitentes, las autoridades civiles y eclesiásticas, la banda municipal y una multitud de personas seguían su recorrido con actitud fervorosa... Unos momentos mas tarde algo llamó la atención de todos... Sobre el murmullo respetuoso de la multitud que seguía la procesión, se fue elevando primero un gemido desesperado que se convirtió en un violento grito y después en un furioso alarido... Apenas un segundo mas tarde la muchedumbre sufrió una profunda conmoción al ver, horrorizados, como en la cara de "Jesús del Gran Poder” se estrellaba, violentamente, un tomate.




Ilustración Infográfica para "La procesión va por dentro" - Pablo García 



Creo que, en cualquier momento, voy a salir a la calle con una cesta llena de tomates de los blanditos y pasados.