viernes, 2 de marzo de 2012

CON MUCHO CUENTO - PRIMERA ENTREGA

De alguna forma parece que este blog va de remembranzas y como nos acercamos a la Semana Santa y acabo de ver en el periódico una foto de Rouco, he recordado un relato corto que publiqué en una especie de cuaderno literario que se generaba en Fresnedillas de la Oliva (Pueblo de la Comunidad de Madrid en el que viví muchos años) realizado entre algunos vecinos aficionados a la literatura y patrocinado por el Ayuntamiento, la verdad es que entre muchas … no se como definirlas, historias, se publicaban algunos relatos y poemas muy interesantes (Koncha se acordará pues creo que envió algún poema). Confieso que recuerdo con agrado el ambiente, profundamente cultural y casi libertario de los primeros años en los que habité allí. Puede que algún día me de por hacer una selección y publicarla, con permiso de sus autores, naturalmente.



LA PROCESIÓN VA POR DENTRO.

 

Con paso cansado, Saturnino volvía desde la ribera del río a la ciudad; decidió hacerlo andando por que, a diferencia de otros momentos no muy lejanos, no se podía permitir el pago del transporte público que necesitaba usar para su recorrido. El almacén en el que trabajaba había cerrado hacía un par de semanas  y  desde entonces se encontraba en paro

Pese a su situación actual, en los últimos tiempos algo parecía estar cambiando. Un amigo le había hablado, hacía ya algo mas de un par de años, de unos terrenos que alquilaba el ayuntamiento a orilla del río para aquellos que, por ocio o necesidad, desearan convertirlos en huertos. No pocos papeleos junto con algo del dinero que había ahorrado y se encontró arrendatario de una pequeña parcela que entretenía sus domingos, único día libre de que disponía cuando trabajaba y prácticamente todas sus horas en los últimos días.        

Poco había sacado hasta entonces, ya se habían llevado dos siembras unas inoportunas riadas, pero aún así  las tomateras, aunque ralas, perecía que empezaban a dar algo. Hoy llevaba en su bolsillo el primer fruto conseguido que acariciaba suavemente con su mano, un tomate, de no muy gran tamaño, pero rojo y maduro que le llenaba de ilusión y esperanza de una cosecha futura.

Al pasar por el centro de la ciudad observó que una gran cantidad de personas, bien vestidas y arregladas en su mayoría, se agolpaba en las aceras de una de las calles que debía cruzar. Recordó que era Semana Santa y que en aquella zona, según alguien le indicó, se celebraba la procesión de Jesús “del Gran Poder”. Un poco cansado de la caminata se apoyó en un pequeño resalte de una fachada y observó con mirada lejana lo que ocurría a su alrededor. Sin saber porqué, tal vez por la mística de la situación, quedó absorto y en su mente se comenzaron a recrear imágenes lejanas...

Saturnino rememoraba, con la niebla de los años y la imprecisión de su escasa cultura, algunos pasajes de su ya larga existencia: Nacido en el campo, en una familia sin tierras, conocía desde niño la dureza del trabajo, las comidas escuetas, las cenas inexistentes, el frío, la humedad y las enfermedades, causadas por la suma de carencias, que se habían llevado por delante a su madre y a uno de sus hermanos. De su madre apenas recordaba algún detalle; sus manos, el tono de su voz, el sabor de sus comidas y su constante cantinela animando, a veces conminando, a su padre y hermanos mayores para que acudieran a misa... “El señor todo lo puede...” – decía.

Ya mozo y coincidiendo con la construcción de la escuela del pueblo que, según contaba con su particular retranca, se alegró de no llegar a pisar, recordaba la marcha a la ciudad y sus años en un semisótano de apenas treinta metros cuadrados, triste, hosco y oscuro, donde un primo lejano, portero de la finca, le dio amparo robando un sitio vital a sus propios hijos.

Mozo, peón... ayudante, parado, peón, mozo, parado... poco más podía contar de sus innumerables, duros y escasamente retribuidos trabajos en la ciudad que, aún así, gracias a su capacidad, casi animal, de trabajo,  su entrenamiento en el forzado ahorro y  su predisposición para evitar cualquier veleidad reivindicativa, le habían permitido hacerse con un cuchitril en un barrio extremo y marginal. La satisfacción que esta propiedad le producía compensaba, con creces, la escasez - casi penuria - las horas extras y los “pluriempleos” de los últimos veinte años.

No había vuelto al pueblo, salvo para el entierro de su padre. Tampoco tenía contacto con el resto de la familia y la falta de tiempo, dinero y también, ganas no le permitieron demasiado trato con mujeres por lo que permanecía sin pareja, hecho que no le preocupaba demasiado pues, como repetía a quién le sacaba el tema – “El buey solo...”

La charla de algunas mujeres cortó el hilo de sus recuerdos y le hizo fijarse en lo que ocurría a su alrededor... - ¡Ya sale!... ¡Ya sale! – Los comentarios, en tono susurrado, realizados por personas elegantes y enjoyadas, de importancia, como decía su primo el portero,  advertían de que algo importante estaba ocurriendo. Saturnino, que asistía por primera vez a una procesión, no lograba sentir la emoción que notaba a su alrededor pero una extraña agitación parecía indicarle que “algo” se estaba generando en su interior, “algo” muy profundo y desconocido para el, que le hacía pensar... No sabía que...

El paso, cargado por los costaleros, se movía lenta y cadenciosamente a lo largo de la calle, los penitentes, las autoridades civiles y eclesiásticas, la banda municipal y una multitud de personas seguían su recorrido con actitud fervorosa... Unos momentos mas tarde algo llamó la atención de todos... Sobre el murmullo respetuoso de la multitud que seguía la procesión, se fue elevando primero un gemido desesperado que se convirtió en un violento grito y después en un furioso alarido... Apenas un segundo mas tarde la muchedumbre sufrió una profunda conmoción al ver, horrorizados, como en la cara de "Jesús del Gran Poder” se estrellaba, violentamente, un tomate.




Ilustración Infográfica para "La procesión va por dentro" - Pablo García 



Creo que, en cualquier momento, voy a salir a la calle con una cesta llena de tomates de los blanditos y pasados.

7 comentarios:

  1. Efectivamente, la procesión la llevaba por dentro...¡Qué final!
    Besotes!!!

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  2. Hombre, yo más que a la cara de una imagen de madera, que ni siente ni padece, arrojaría mi tomate (virtual, ojo, que ya sabes que la violencia real no va conmigo) a la cara de los señorones y señoronas que van detrás de ella. Con los creyentes del pueblo auténtico no me meto, que respeto muchísimo todas las creencias, también lo sabes. ¡Y cómo no me voy a acordar de tu revista de Fresnedillas si fue uno de los primeros sitios en donde publiqué! Un besazo.

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  3. ¡Menuda Tomatina individual!
    Ese tomate se lo merecian más otras personas que iban detrás, como las que dice Concha. Yo creo que fue falta de punteríamás bien ¿No crees?
    Un saludo, Pablo.

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  4. La verdad es que cuando escribí este “cuento” me plantee la posibilidad de que pudiera ofender a algunas personas pero analicé que cuando estás desesperado y solo tienes un proyectil lo normal es intentar “descabalgar” al rey pues de nada sirve escalabrar a uno de los escuderos que, pese a que sigan al jefe equivocado, siempre son mas cercanos a ti… Aunque creo que en este caso tenéis razón, al fin y al cabo un madero es solo un madero y sus escuderos son los que nos persiguen con la lanza. Gracias a todos por vuestros amables comentarios.

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  5. Me ha gustado mucho el relato que esconde muchísimo más de lo que dice.
    A una segunda y pausada lectura se ve que trasciende el estado de ánimo por encima del simbolismo.
    Besos

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    1. Gracias por tu comentario "Mientrasleo". La verdad es que la ira acumulada se presenta en casi todas las ocasiones como un acto no muy racional.

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  6. Ojalá que el arma más mortífera que existiese sobre la tierra fuera un tomate. Lo malo es que esa cara de madera que parece tan inofensiva lleva detrás muchos señores trajeados que hacen que se convierta en algo más arrasador que la bomba atómica. Aún así, creo que con lo único que debemos luchar es con la palabra. Y estoy con mientrasleo en lo que dice sobre tu excelente relato.
    ¡Un abrazo, Pablo!

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